A propósito de los acontecimientos
ocurridos a mediados del pasado mes, en torno a la huelga de hambre
protagonizada por el joven Elias Lacouture y con la cual protestaba a favor de
la reconstrucción del histórico edificio de Bellas Artes, se han suscitado
muchos comentarios a favor y en contra de lo acontecido. Sin embargo, más allá
de los aspectos morales e ideológicos que se puedan ver implicados en este
proceder, valdría la pena analizar un poco la dinámica existente entre el
hambre y el arte -aprovechando la ocasión-
Solo basta con hacer memoria y
revisar la historia para denotar la estrecha relación que ha existido entre
arte y hambre, y que solo es posible observar su materialización dialéctica a
través del sujeto que padece la carencia de alimentos y cuya alma solo desea
recrearse por medio de una finalidad estética. Solo a través del artista se
puede dar cuenta de este fenómeno, que en ocasiones pareciera un sendero que
todo el que esté dispuesto a tratar de vivir de su arte, tiene que transitar.
En todos los humanos se dan una
suerte de necesidades físicas y otras espirituales, las primeras corresponden a
los recursos naturales que son menester para mantener un buen desarrollo de las
funciones vitales y orgánicas. Empero, tales requisitos para una vida plena, no
se reducen únicamente a estos elementos físicos. Los humanos nos adivinamos
como seres que no obedecen exclusivamente todos los preceptos a los que se ven
condicionados el resto de especies animales. Hay algo en nosotros que tiende a
lo abstracto, un impulso que nos hace percibirnos como seres divinos y de
elevadas aspiraciones. Ciertas cualidades inmateriales que bien pueden ser
fortuna o desgracia –depende como se les mire- hacen que el hombre se
perciba a sí mismo como un eslabón entre
los dioses y las bestias.
Tales cualidades se precisan para
llevar nuestra vida en armonía y son experimentadas de forma única por cada
sujeto. La admiración por la belleza, la experiencia del amor, el uso del
lenguaje, la singularidad del deseo, la versatilidad de la imaginación y la
conciencia de la muerte, por ejemplo, son cualidades humanas a las que todo
sujeto por lo menos perteneciente a una cultura, se encuentra determinado a
experimentar. Los humanos hemos hallado la forma de sublimar todas estas cualidades
en el terreno del arte, la religión, y la política, estableciendo así
alternativas que han de conllevar a consideraciones éticas y estéticas a través
de las cuales devenir.
La importancia que le da un sujeto a
tales instancias -física o espiritual- se ve determinada por su experiencia y
su voluntad. A partir de esto, se entiende que dependiendo de sus intereses
personales y su percepción de la vida, alguien encaminará su existencia bien
sea a ideales del espíritu o del cuerpo, placeres del uno o del otro. Empero
sin importar cuál sea su inclinación, por inmanencia toda experiencia del
cuerpo humano resonará en su espíritu y viceversa.
En este orden de ideas, no es
imposible, que un individuo exponga su cuerpo a ciertos padecimientos con el propósito de alcanzar algún objetivo
en el terreno de los ideales y que para él resulta más importante que la
integridad del cuerpo. Es decir el malestar físico no es equiparable al placer
que se pretende experimentará al conseguir aquello por lo que se lleva a cabo
tal sacrificio o sufrimiento. Hasta aquí, se puede constatar como tal acaecer
requiere una posición ética, frente a la cual el sujeto hará su propia
valoración categórica sobre sus fines, los medios para conseguirlos, los
riesgos que está dispuesto a tomar y los esfuerzos que no temerá hacer.
Ahora, si bien comer es un acto del
que dependemos desde la más tierna edad, siendo el hambre el displacer que
tratamos de evitar por medio de él. A diferencia de los animales la
alimentación en nosotros se ve mediada por la pulsión y no por un instinto, tal
como lo demostraría Freud, por ende el hombre puede superponerse a las demandas de la naturaleza guiado
inconscientemente por su deseo y desobedecer así ciertos patrones o
condicionantes biológicos. Si esto no fuese así, no existieran psicopatologías
relacionadas con los procesos alimenticios, tales como la bulimia o la
anorexia; es más, si la dinámica fuese instintiva y no pulsional, sería
imposible que un humano fuese capaz de concebir la posibilidad de pasar hambre
a voluntad.
Para retratar lo expuesto, cabe
reseñar algunos ejemplos de cómo un ideal puede impulsar a un individuo a
exponerse al malestar ocasionado por el hambre. Para empezar tenemos los ayunos
realizados por distintos adeptos a ciertas religiones que van desde el
cristianismo hasta los brahmanes de la india; en este mismo país, Mahadma
Gandhi llevó a cabo una huelga de hambre con fines políticos, tal como la que
llevó a la muerte al cubano Orlando Zapata el 23 de febrero del 2010. Con esto se
ve retratado, los límites a los que están dispuestos a llegar determinados
sujetos con tal de conseguir su objetivo por medio de la inanición.
¿Pero qué es lo que hace que en
ocasiones sea efectiva esta práctica para conseguir determinados fines? Basta con
apelar a la empatía humana para responder a esta pregunta. O sea las emociones
que despierta la conciencia de alguien en tal situación, moviliza en los demás,
esa propensión a ponerse en los zapatos del otro, y ante lo inadmisible e
increíble que resulta tal experiencia supuesta en nuestro propio ser, la
identificación provoca entonces sentimientos como la lástima, la compasión y la
condescendencia. Siendo estos, los garantes
en prestar ayuda o hacer justicia en nombre del individuo que se
encuentra en esa situación en la que nosotros no somos capaces ni de
imaginarnos. Además, por ser la alimentación una necesidad y placer de todos
los días y tener un impacto notable en el físico casi simultáneo a la
abstinencia de alimentos -por decirlo de alguna manera- despierta más nuestro
sentimiento de admiración y perplejidad. Haciendo de este tipo de
acontecimientos, una suerte de espectáculo para quienes son sus espectadores,
siendo que apoyen o no la causa que el hambriento persigue.
Si hubo alguien que se detuvo a
retratar esto por medio del arte, fue precisamente el insigne Franz Kafka, a
través de uno de los textos que componen su colección de cuentos “Metamorfosis
y otros relatos” entre los cuales aparece al final del libro, uno titulado “Un
artista del hambre” en este cuento se presenta a un individuo que viaja de país
en país llevando su espectáculo que consiste en hacer un ayuno indeterminado
con el cual espera despertar la admiración de los espectadores. Finalmente
concibe llevar esto hasta sus últimas consecuencias y finalmente quedando del
grosor de una paja, muere y es reemplazado por una pantera. Entre los dilemas
que atraviesa el personaje está el de la credibilidad de su show, el hecho de
que la gente solo se tomaría en serio la huelga de hambre cuando finalmente
muriera por inanición. Además también hace alegoría al hecho de apelar a la
admiración de los demás a través de la abstinencia de los placeres y
necesidades del cuerpo, la renuncia de la carne por una idea superior a esta
última. Empero, al mismo tiempo recalca la indiferencia del otro ante el
padecimiento ajeno, o en el mejor de los casos, la incapacidad de comprender a
cabalidad el sufrimiento del otro, lo mismo que los ideales o las razones que
lo llevan a soportarlo “La gente pasaba por su lado
sin verle. ¿Y si intentara explicarle a alguien el arte del ayuno? A quien no
lo siente, no es posible hacérselo comprender" (p.204) en otras palabras, habría que ser un artista, para
comprender porque se está dispuesto a padecer todo, arriesgarlo todo y perderlo
todo por amor al arte.
El artista, sin embargo, no opta por el hambre a voluntad,
esta última en muchos casos, se impone como una condición inicial, como una
experiencia transitiva entre la afición y la vocación, sobre todo si el artista
pretende vivir de su obra. Esto ocurre en especial en sociedades donde el arte
y la cultura son cuestiones infravaloradas e incluso ignoradas por parte de sus
adscritos; a su vez que la producción artística es considerada una alternativa
mercantil poco prometedora y la vocación artística un estilo de vida nada serio
por no decir inviable. Ejemplos de artistas que han vivido con el hambre bajo
el brazo sobran en todos los campos del arte, pero resultan más numerosos en la
literatura, en ocasiones solo durante alguna temporada y otras a lo largo de
toda su carrera.
El escritor sueco, y premio nobel Knut Hamsun, nos da un
testimonio de ello con su primera novela “Hambre” que entre otras cosas, sus
biógrafos consideran con alguna influencia autobiográfica de sus primeros años.
En la susodicha se nos retrata la vida de un literato a quien su perseverancia
por vivir de la escritura reduce su existencia a tratar de no morir de hambre,
siendo esta última, obstáculo y motivación para lograr su cometido. Más allá de
esta interpretación literal, podemos darle cierta trascendencia a la tesis,
generalizando esta situación al hombre universal, es decir el hambre como
obstáculo y motivación detrás de cada empresa humana, como el reducto a la
necesidad más animal que tenemos junto con el descanso. Después de todo como lo
sentencia II de Tesalonecences 3:10 sintetizando el objetivo de la labor humana
“el que no trabaja que tampoco coma” y tal vez esta máxima también explica la
incidencia del hambre con respecto al trabajo del artista, y es que después de
todo suele ocurrir que no se considere el arte como un trabajo. Esto último
puede que ocurra cuando no es visto el arte como una necesidad sino como un
lujo. Si, cuando se cree que se puede existir prescindiendo del arte.
En cuanto esto último la historia nos ha enseñado que los
momentos en que la humanidad ha alcanzado una de sus cumbres como civilización,
el arte, la cultura, la técnica y la academia han preponderado como uno de los retablos de
culto, la ilustración , el renacimiento, la alta edad media, el siglo XVIII y
XIX así lo testifican. Ya el eximio
Pericles con la magna Grecia, demostró la importancia que tenía el arte y la
cultura para el desarrollo moral de una civilización y para mejorar la calidad
humana de quienes le conforman. De tal modo que el progreso de un estado o
nación se hace proporcional a la instrucción de sus habitantes. Esto último
podría responder también a cómo la moral se convierte en algo en detrimento
cuando el arte y la cultura brillan por su ausencia.
Volviendo al inicio, en cuanto al caso de Elías y su
huelga de hambre, pienso que es de elogiar su iniciativa, que si bien desde un
inicio se sabía que era una empresa absurda por una causa perdida, este hecho
sumado a que el mismo no estuviese vinculado al alma mater o se considerara un
artista. Demuestra, cómo el amor que se profesa por el arte es suficiente para
emprender tan obstinado proyecto. Y ya sea que lo haya hecho impulsado por
algún precedente psicopatológico, en miras de llamar la atención o en efecto
por principios honestos. Su intento, que se prolongó por ocho días, al menos
tuvo la fortuna de no ser ignorado del todo y recibir respuesta a sus demandas,
aunque no hayan sido quizás como el huelguista esperaba. Así como permitir que
coincidieran otros artistas con las mismas inquietudes e inconformidades,
logrando así que se relacionaran entre gremios y colectivos de distintos campos
y géneros del arte. Demostrando con esto
que después de todo, si hay artistas en barranquilla, solo que no tiene donde
congregarse.
A pesar de esta gestión,
fue criticado por sus comentarios finales una vez interrumpida su huelga en
especial por la frase “esa gente de bellas artes no merece nada” refiriéndose
al casi inexistente apoyo por parte de los estudiantes del alma mater que no llegó
a ser ni el 5% de la población total. Se han basado en la citada opinión, para
opacar y vilipendiar su labor. Siendo que a fin de cuentas, tiene toda la
razón, por cuanto era de esperarse que los principales afectados ya fuese por
sentido de pertenencia o por pura y llana identificación se unieran a la causa,
cosa que como ya se dijo, no ocurrió. Patético o heroico, lo que hizo estuvo
más allá del quietismo obtuso y la crítica virtual insulsa con la que muchos
intentan lograr el mismo fin. A lo mejor la gran mayoría de quienes le han
criticado, son quienes mucho hablan y poco hacen o peor aún quienes ni hacen ni
dejan hacer. Seguramente muy afines a los espectadores del cuento de Kafka
quienes representan a la gran mayoría, a quienes sólo contemplan impulsados por
el morbo y la curiosidad, esos mismos que subestimaban al artista del hambre, y
que solo serían capaces de admirar su labor siempre y cuando la llevará hasta
las últimas consecuencias. Pareciera que esto hubiese sido lo que se esperaba
de Elías, su inmolación por inanición en nombre del difunto arte que con las
ruinas de Bellas Artes simboliza el estado de precariedad en que se halla la cultura en la ciudad de Barranquilla.
Por Henry Ortiz