martes, 16 de febrero de 2021

DE HAMBRE Y ARTISTAS

 


A propósito de los acontecimientos ocurridos a mediados del pasado mes, en torno a la huelga de hambre protagonizada por el joven Elias Lacouture y con la cual protestaba a favor de la reconstrucción del histórico edificio de Bellas Artes, se han suscitado muchos comentarios a favor y en contra de lo acontecido. Sin embargo, más allá de los aspectos morales e ideológicos que se puedan ver implicados en este proceder, valdría la pena analizar un poco la dinámica existente entre el hambre y el arte -aprovechando la ocasión-

Solo basta con hacer memoria y revisar la historia para denotar la estrecha relación que ha existido entre arte y hambre, y que solo es posible observar su materialización dialéctica a través del sujeto que padece la carencia de alimentos y cuya alma solo desea recrearse por medio de una finalidad estética. Solo a través del artista se puede dar cuenta de este fenómeno, que en ocasiones pareciera un sendero que todo el que esté dispuesto a tratar de vivir de su arte, tiene que transitar.

En todos los humanos se dan una suerte de necesidades físicas y otras espirituales, las primeras corresponden a los recursos naturales que son menester para mantener un buen desarrollo de las funciones vitales y orgánicas. Empero, tales requisitos para una vida plena, no se reducen únicamente a estos elementos físicos. Los humanos nos adivinamos como seres que no obedecen exclusivamente todos los preceptos a los que se ven condicionados el resto de especies animales. Hay algo en nosotros que tiende a lo abstracto, un impulso que nos hace percibirnos como seres divinos y de elevadas aspiraciones. Ciertas cualidades inmateriales que bien pueden ser fortuna o desgracia –depende como se les mire- hacen que el hombre se perciba  a sí mismo como un eslabón entre los dioses y las bestias.

Tales cualidades se precisan para llevar nuestra vida en armonía y son experimentadas de forma única por cada sujeto. La admiración por la belleza, la experiencia del amor, el uso del lenguaje, la singularidad del deseo, la versatilidad de la imaginación y la conciencia de la muerte, por ejemplo, son cualidades humanas a las que todo sujeto por lo menos perteneciente a una cultura, se encuentra determinado a experimentar. Los humanos hemos hallado la forma de sublimar todas estas cualidades en el terreno del arte, la religión, y la política, estableciendo así alternativas que han de conllevar a consideraciones éticas y estéticas a través de las cuales devenir.

La importancia que le da un sujeto a tales instancias -física o espiritual- se ve determinada por su experiencia y su voluntad. A partir de esto, se entiende que dependiendo de sus intereses personales y su percepción de la vida, alguien encaminará su existencia bien sea a ideales del espíritu o del cuerpo, placeres del uno o del otro. Empero sin importar cuál sea su inclinación, por inmanencia toda experiencia del cuerpo humano resonará en su espíritu y viceversa.

En este orden de ideas, no es imposible, que un individuo exponga su cuerpo a ciertos padecimientos  con el propósito de alcanzar algún objetivo en el terreno de los ideales y que para él resulta más importante que la integridad del cuerpo. Es decir el malestar físico no es equiparable al placer que se pretende experimentará al conseguir aquello por lo que se lleva a cabo tal sacrificio o sufrimiento. Hasta aquí, se puede constatar como tal acaecer requiere una posición ética, frente a la cual el sujeto hará su propia valoración categórica sobre sus fines, los medios para conseguirlos, los riesgos que está dispuesto a tomar y los esfuerzos que no temerá hacer. 

Ahora, si bien comer es un acto del que dependemos desde la más tierna edad, siendo el hambre el displacer que tratamos de evitar por medio de él. A diferencia de los animales la alimentación en nosotros se ve mediada por la pulsión y no por un instinto, tal como lo demostraría Freud, por ende el hombre puede superponerse  a las demandas de la naturaleza guiado inconscientemente por su deseo y desobedecer así ciertos patrones o condicionantes biológicos. Si esto no fuese así, no existieran psicopatologías relacionadas con los procesos alimenticios, tales como la bulimia o la anorexia; es más, si la dinámica fuese instintiva y no pulsional, sería imposible que un humano fuese capaz de concebir la posibilidad de pasar hambre a voluntad.

Para retratar lo expuesto, cabe reseñar algunos ejemplos de cómo un ideal puede impulsar a un individuo a exponerse al malestar ocasionado por el hambre. Para empezar tenemos los ayunos realizados por distintos adeptos a ciertas religiones que van desde el cristianismo hasta los brahmanes de la india; en este mismo país, Mahadma Gandhi llevó a cabo una huelga de hambre con fines políticos, tal como la que llevó a la muerte al cubano Orlando Zapata el 23 de febrero del 2010. Con esto se ve retratado, los límites a los que están dispuestos a llegar determinados sujetos con tal de conseguir su objetivo por medio de la inanición.

¿Pero qué es lo que hace que en ocasiones sea efectiva esta práctica para conseguir determinados fines? Basta con apelar a la empatía humana para responder a esta pregunta. O sea las emociones que despierta la conciencia de alguien en tal situación, moviliza en los demás, esa propensión a ponerse en los zapatos del otro, y ante lo inadmisible e increíble que resulta tal experiencia supuesta en nuestro propio ser, la identificación provoca entonces sentimientos como la lástima, la compasión y la condescendencia. Siendo estos, los garantes  en prestar ayuda o hacer justicia en nombre del individuo que se encuentra en esa situación en la que nosotros no somos capaces ni de imaginarnos. Además, por ser la alimentación una necesidad y placer de todos los días y tener un impacto notable en el físico casi simultáneo a la abstinencia de alimentos -por decirlo de alguna manera- despierta más nuestro sentimiento de admiración y perplejidad. Haciendo de este tipo de acontecimientos, una suerte de espectáculo para quienes son sus espectadores, siendo que apoyen o no la causa que el hambriento persigue.

Si hubo alguien que se detuvo a retratar esto por medio del arte, fue precisamente el insigne Franz Kafka, a través de uno de los textos que componen su colección de cuentos “Metamorfosis y otros relatos” entre los cuales aparece al final del libro, uno titulado “Un artista del hambre” en este cuento se presenta a un individuo que viaja de país en país llevando su espectáculo que consiste en hacer un ayuno indeterminado con el cual espera despertar la admiración de los espectadores. Finalmente concibe llevar esto hasta sus últimas consecuencias y finalmente quedando del grosor de una paja, muere y es reemplazado por una pantera. Entre los dilemas que atraviesa el personaje está el de la credibilidad de su show, el hecho de que la gente solo se tomaría en serio la huelga de hambre cuando finalmente muriera por inanición. Además también hace alegoría al hecho de apelar a la admiración de los demás a través de la abstinencia de los placeres y necesidades del cuerpo, la renuncia de la carne por una idea superior a esta última. Empero, al mismo tiempo recalca la indiferencia del otro ante el padecimiento ajeno, o en el mejor de los casos, la incapacidad de comprender a cabalidad el sufrimiento del otro, lo mismo que los ideales o las razones que lo llevan a soportarlo La gente pasaba por su lado sin verle. ¿Y si intentara explicarle a alguien el arte del ayuno? A quien no lo siente, no es posible hacérselo comprender" (p.204) en otras palabras, habría que ser un artista, para comprender porque se está dispuesto a padecer todo, arriesgarlo todo y perderlo todo por amor al arte.

El artista, sin embargo, no opta por el hambre a voluntad, esta última en muchos casos, se impone como una condición inicial, como una experiencia transitiva entre la afición y la vocación, sobre todo si el artista pretende vivir de su obra. Esto ocurre en especial en sociedades donde el arte y la cultura son cuestiones infravaloradas e incluso ignoradas por parte de sus adscritos; a su vez que la producción artística es considerada una alternativa mercantil poco prometedora y la vocación artística un estilo de vida nada serio por no decir inviable. Ejemplos de artistas que han vivido con el hambre bajo el brazo sobran en todos los campos del arte, pero resultan más numerosos en la literatura, en ocasiones solo durante alguna temporada y otras a lo largo de toda su carrera.

El escritor sueco, y premio nobel Knut Hamsun, nos da un testimonio de ello con su primera novela “Hambre” que entre otras cosas, sus biógrafos consideran con alguna influencia autobiográfica de sus primeros años. En la susodicha se nos retrata la vida de un literato a quien su perseverancia por vivir de la escritura reduce su existencia a tratar de no morir de hambre, siendo esta última, obstáculo y motivación para lograr su cometido. Más allá de esta interpretación literal, podemos darle cierta trascendencia a la tesis, generalizando esta situación al hombre universal, es decir el hambre como obstáculo y motivación detrás de cada empresa humana, como el reducto a la necesidad más animal que tenemos junto con el descanso. Después de todo como lo sentencia II de Tesalonecences 3:10 sintetizando el objetivo de la labor humana “el que no trabaja que tampoco coma” y tal vez esta máxima también explica la incidencia del hambre con respecto al trabajo del artista, y es que después de todo suele ocurrir que no se considere el arte como un trabajo. Esto último puede que ocurra cuando no es visto el arte como una necesidad sino como un lujo. Si, cuando se cree que se puede existir prescindiendo del arte.

En cuanto esto último la historia nos ha enseñado que los momentos en que la humanidad ha alcanzado una de sus cumbres como civilización, el arte, la cultura, la técnica y la academia han  preponderado como uno de los retablos de culto, la ilustración , el renacimiento, la alta edad media, el siglo XVIII y XIX así lo testifican. Ya  el eximio Pericles con la magna Grecia, demostró la importancia que tenía el arte y la cultura para el desarrollo moral de una civilización y para mejorar la calidad humana de quienes le conforman. De tal modo que el progreso de un estado o nación se hace proporcional a la instrucción de sus habitantes. Esto último podría responder también a cómo la moral se convierte en algo en detrimento cuando el arte y la cultura brillan por su ausencia.

Volviendo al inicio, en cuanto al caso de Elías y su huelga de hambre, pienso que es de elogiar su iniciativa, que si bien desde un inicio se sabía que era una empresa absurda por una causa perdida, este hecho sumado a que el mismo no estuviese vinculado al alma mater o se considerara un artista. Demuestra, cómo el amor que se profesa por el arte es suficiente para emprender tan obstinado proyecto. Y ya sea que lo haya hecho impulsado por algún precedente psicopatológico, en miras de llamar la atención o en efecto por principios honestos. Su intento, que se prolongó por ocho días, al menos tuvo la fortuna de no ser ignorado del todo y recibir respuesta a sus demandas, aunque no hayan sido quizás como el huelguista esperaba. Así como permitir que coincidieran otros artistas con las mismas inquietudes e inconformidades, logrando así que se relacionaran entre gremios y colectivos de distintos campos y géneros del arte.  Demostrando con esto que después de todo, si hay artistas en barranquilla, solo que no tiene donde congregarse.

A pesar de esta gestión, fue criticado por sus comentarios finales una vez interrumpida su huelga en especial por la frase “esa gente de bellas artes no merece nada” refiriéndose al casi inexistente apoyo por parte de los estudiantes del alma mater que no llegó a ser ni el 5% de la población total. Se han basado en la citada opinión, para opacar y vilipendiar su labor. Siendo que a fin de cuentas, tiene toda la razón, por cuanto era de esperarse que los principales afectados ya fuese por sentido de pertenencia o por pura y llana identificación se unieran a la causa, cosa que como ya se dijo, no ocurrió. Patético o heroico, lo que hizo estuvo más allá del quietismo obtuso y la crítica virtual insulsa con la que muchos intentan lograr el mismo fin. A lo mejor la gran mayoría de quienes le han criticado, son quienes mucho hablan y poco hacen o peor aún quienes ni hacen ni dejan hacer. Seguramente muy afines a los espectadores del cuento de Kafka quienes representan a la gran mayoría, a quienes sólo contemplan impulsados por el morbo y la curiosidad, esos mismos que subestimaban al artista del hambre, y que solo serían capaces de admirar su labor siempre y cuando la llevará hasta las últimas consecuencias. Pareciera que esto hubiese sido lo que se esperaba de Elías, su inmolación por inanición en nombre del difunto arte que con las ruinas de Bellas Artes simboliza el estado de precariedad en que se halla  la cultura en la ciudad de Barranquilla.

 

Por Henry Ortiz